Comprar calidad al mejor precio ¿Cuántas veces hemos escuchado esta expresión que a todas luces es incongruente? En mi opinión, carece de toda lógica utilizar en una misma frase términos como calidad y buen precio con el objetivo de vincular dos conceptos que son completamente antagónicos. De hecho son excluyentes ya que como consumidor o eliges calidad o eliges «buen precio» pero jamás podrás obtener ambos. Jamás.
Y es que la presión que ejercen colectivos que abogamos por la instauración de un modelo basado en la calidad de vida está obligando a muchas cadenas y compañías low cost a variar su mensaje para tratar de seguir manipulando la mente del consumidor pero añadiendo un componente inequívoco que provoca cuanto menos la reflexión. Recientemente he podido leer en El Economista cómo una conocida cadena de supermercados introduce la nueva expresión «Calidad al mejor precio posible».
La introducción deliberada del término «posible» sin duda arroja mucha luz sobre cómo de cierta es la expresión que trata de vincular calidad y buen precio pues no en vano ahora sí que acierta con el modo de entender que no existe la calidad a un buen precio sino más bien que el objetivo es alcanzar la mayor calidad que con un precio bajo pueda permitirse.
La diferencia es mayúscula pero el marketing es lo que tiene y en la mayoría de ocasiones quienes abogan por el low cost tratan de hacernos creer que realmente se puede alcanzar la perfección subido a lomos de la mediocridad.
Así que vuelvo al comienzo de mi razonamiento. O quieres calidad y apuestas por ella invirtiendo lo necesario y lo que realmente es justo o bien te decantas por una opción que reduce tus posibilidades de crecimiento personal y profesional a futuro adoptando una actitud de compra supuestamente «inteligente» que te conduce a adquirir bienes y servicios empaquetados con un discurso que apela a tu necesidad por gestionar tus recursos económicos del modo más eficiente posible.
Pero realmente, de lo que tienes que darte cuenta cuando entras en la dinámica low cost es que el precio no debe ser el único componente que juzgues del bien o servicio que vas a adquirir. Debes sentir curiosidad por conocer qué es lo que realmente hay detrás de esa oferta y analizar si realmente te conviene alimentar un proceso o una cadena de valor que sin duda va a atentar contra tus propios intereses ya que la competencia en un mercado marcado por el precio lo que conlleva es una reducción salarial como primer paso para seguir obteniendo el rendimiento económico y el beneficio esperado por parte de la empresa que comercializa soluciones carentes de ninguna otra propiedad que su atractivo precio.
Para darte cuenta de todo lo que estoy denunciando en este post sólo tienes que observar mercados de alto valor añadido, mercados en los que los salarios son altos y la calidad de vida de las personas es muy elevada. Descubrirás que el índice de penetración del low cost en dichos mercados es muy bajo (no digo inexistente), y no es comparable al porcentaje que ocupa este tipo de industria en aquellos mercados que, por contra, están inundados de cadenas y multinacionales de bajo coste. Precisamente es en estos últimos mercados donde las condiciones laborales de los consumidores son más precarias, hay mayor índice o tasa de paro y, sobre todo, se disfraza una supuesta calidad de vida con un marco económico que no invita al optimismo precisamente.
Piensa, por ejemplo, en cuánto gana un trabajador de base en un mercado de alto valor añadido y lo que gana ese mismo trabajador en uno low cost. Por hacer lo mismo seguramente gane hasta tres o incluso cuatro veces más. Claro, el argumento que se esgrime en estos casos es siempre el mismo y es que el coste vida en un país de alto nivel es mucho más alto pero lo que se debe tener en cuenta cuando uno se escuda en semejante afirmación es que sólo determinados servicios se antojan más elevados ya que, y para ilustrar mi discurso, debo decir que un iPhone cuesta exactamente lo mismo en un mercado low cost que en uno de alto valor, y así sucesivamente con bienes que a nivel global presentan el mismo posicionamiento. Lo que sí es más caro es ir a la peluquería, tomarse un café o alquilar un piso, desde luego, pero frente a esta cuestión lo que cabe preguntarse es si ese trabajador de base en un mercado de alto valor añadido vendría a trabajar a un mercado low cost pese a que supuestamente el coste de la vida es mayor. La respuesta será rotundamente no.
Lo que encontramos en los mercados low cost son sustitutos a los productos de alto valor añadido. Rápidamente, las empresas de bajo coste reaccionan e introducen en el mercado bienes y servicios que se asemejan a los que verdaderamente merecen la pena para así «lavar» la conciencia de quienes querrían poseer el bien o contratar el servicio de calidad pero no pueden o no quieren hacer el desembolso que se exige para obtenerlos. Así, pueden ir a esquiar, hacer deporte, comer, vestirse, viajar…Y todo ello gracias a que hay compañías tan «generosas» que están dispuestas a ofrecernos una solución barata para de ese modo pensar que uno dispone de un poder adquisitivo y un nivel de vida que, honestamente, dista muchísimo de lo que sería recomendable.
Si lo que mueve a un mercado es el precio entonces este componente debe ser analizado en todos los ámbitos en los que interviene no sólo desde una perspectiva comercial, sino también laboral, ya que será el precio, en este caso el salario, el que estará en juego y el que se verá empujado hacia la baja si los precios del mercado también descienden de forma paulatina. No en vano el precio de un trabajador es realmente el importe que debemos pagarle a cambio de su aportación a la empresa por lo que nuestra visión, como digo, debe ir más allá para poder determinar el alcance real de nuestras decisiones de compra en un mercado low cost.
De entre dos bienes o servicios que atienden a una necesidad concreta ¿Cuál es realmente el mejor? El más caro, sin duda. Es el que en mi opinión garantiza que quien lo ha elaborado o quien lo debe prestar va a obtener una recompensa más justa a su trabajo y esfuerzo. Y esto es indiscutible, no hay margen para el debate, y personalmente prefiero saber que estoy contribuyendo a que otras personas vivan mejor que optar por una opción barata que sé a ciencia cierta que está perjudicando a familias y empresas que participan de un modelo económico que no hace sino perjudicar el bienestar social.
El low cost tira hacia abajo de un mercado al que arrastra hasta un pozo del que posteriormente es muy complicado salir porque los precios bajos invaden hasta el último rincón de una economía local en la que todos sus habitantes sufren las consecuencias. Aquí no hay diferencias. A todos afectan las consecuencias de la implantación masiva del low cost. Piensa en lo difícil que resulta en un mercado de bajo nivel encontrar productos y servicios de calidad ya que le ley de la oferta y la demanda impera dictaminando lo que en definitiva puedes o no puedes adquirir.
La economía global necesita mercados de dos categorías para contrastar bienes y servicios, dos divisiones diferentes que sirven para extraer conclusiones acerca de hacia donde debe evolucionar la sociedad a medio y largo plazo. Ahora la pregunta es clara ¿Dónde queremos estar? ¿Qué tipo de mercado es el que deseamos? ¿En qué división queremos vivir con nuestros hijos?
Por lo tanto, cabe adquirir conciencia de un fenómeno que va más allá de lo meramente económico y que está más vinculado a la cultura y evolución social de unos mercados que deben comprender cuanto antes que las decisiones de compra deben estar sustentadas sobre elementos que antepongan la calidad al precio ya que siempre es justo reconocer el esfuerzo y el trabajo de unas personas que forman parte de una industria que premia dicha dedicación con un intercambio justo de bienes y servicios.
Fotografía: Max Fischer en Pexels